«En el subconsciente está la posibilidad de lo inesperado»

agosto 12, 2008 at 9:20 am (Entrevistas) (, )

Pierre Magistretti, neurobiólogo experto en el inconsciente
Tengo 55 años. Nací en Milán y vivo en Lausana (Suiza). Estoy casado y tengo tres hijos. Creo que la riqueza más grande del mundo es la riqueza interna de los individuos. Políticamente hay que hacer todo lo posible para que se exprese la individualidad

¿Estudia usted el inconsciente desde la ciencia?

Sí, y creo que la experiencia que uno vive deja unas huellas en el subconsciente que con el tiempo crean una realidad interior que es única para cada individuo. Este sistema de huellas es en parte consciente y en parte inconsciente.

¿Somos como iceberg?

Sí, hay mecanismos que facilitan la reasociación de las huellas creadas por la experiencia. Esa reasociación conforma una realidad interior que no está en relación directa con la experiencia inicial, es decir, se crea una realidad interior inconsciente que es muy determinante para el individuo.

¿Entonces somos puro inconsciente?

La genética da un marco general, la experiencia da cierta determinación, pero es esa realidad interna inconsciente la que nos permite improvisar y crear. Somos más nuestro inconsciente que nuestro consciente.

¿Cómo hacerlo aflorar?

La conciencia nos permite, en parte, tomar conciencia de lo que el inconsciente nos ha hecho hacer, sentir y pensar.

¿Siempre a posteriori?

Sí. Nosotros creemos ser los jefes de nuestras decisiones, pero la mayor parte de lo que hacemos proviene del subconsciente, que se ha creado con el mecanismo de la plasticidad neuronal y la reasociación de las huellas.

Entonces, si somos tan inconscientes, no existe el mal consciente.

Ese es el misterio y el tema de mi próximo libro. Si efectivamente fuera un sistema que funciona bien, donde la pulsión nos permite retomar el equilibrio, viviríamos en serenidad; pero como explicó Freud hay algo en el mecanismo psíquico, asociado al principio de placer, que nos hace ir más allá del equilibrio.

¿Es usted un biólogo psicoanalizado?

Sí. Creo que cada uno de nosotros vive en una casa con un desconocido al que nunca ve y el psicoanálisis te permite encontrar a esa persona y aprender a vivir con ella.

Esas huellas que se forman en nuestro cerebro y que nos hacen ser como somos, ¿podemos cambiarlas conscientemente?

Sí, la plasticidad neuronal implica la modificación permanente de nuestro cerebro, por la noche su cerebro es distinto al de la mañana, efectivamente hay espacio para el efecto de la palabra sobre la psique.

¿Entonces por qué es tan difícil cambiar?

Por la discontinuidad entre experiencia y huellas. Recuerde que se van reasociando y creando a su vez nuevas huellas que ya no están en relación directa con la experiencia.

Explíqueme eso de que creamos desde el inconsciente.

La conciencia es el sistema que nos permite percibir, es meramente funcional, muy normativa, sin ella, por ejemplo, la vida social sería casi imposible.

Las nuevas técnicas de imágenes cerebrales ¿nos ayudarán a entender algo más del inconsciente?

No creo que lleguen nunca a evidenciar lo que la gente piensa, pero sí ponen en evidencia el consumo de energía por parte de las neuronas. Cuando yo hablo, la zona que controla el lenguaje consume más glucosa, oxígeno y requiere más sangre, como en un músculo que trabaja, y esto es hasta hoy lo que podemos observar.

Lo que gastan las neuronas…

Así es, y resulta que el cerebro consume muchísima energía, representa el 2% del cuerpo y consume entre el 20% y el 25% de la energía de todo el cuerpo. Lo curioso es que en estado basal, es decir, cuando no trabajamos con el cerebro ni realizamos ninguna acción, el consumo sólo desciende entre un 10% y un 15%.

Entonces el inconsciente consume mucha energía.

Sí, el estudio del estado basal es un camino a investigar que nos abrirá muchas puertas.

¿Existe el inconsciente colectivo?

No veo una base científica en él, más bien mis teorías se basan en lo contrario: en la singularidad y la individualidad. Yo me acerco al psicoanálisis como neurobiólogo y estoy convencido de que hay una base neurobiológica en el inconsciente freudiano.

¿Tampoco cree en el determinismo social, el poder de las circunstancias?

Creo que en la mayoría de las veces ese determinismo es una interpretación a posteriori, es decir, que creamos una causalidad a posteriori. A menudo los psicoanalistas se dedican a predecir el pasado, por ejemplo: «Es un hombre depresivo porque su padre se suicidó». Sería así si hubiera una correlación lineal entre experiencia y huella, pero lo que hay es una discontinuidad y el individuo emerge precisamente en ella.

Entonces debemos tener cuidado en cómo nos contamos la propia historia.

Exactamente, porque habitualmente creamos casualidades que no son reales. La conciencia es muy útil pero también limitativa.

¿Para qué sirve el subconsciente?

El bebé llega a un mundo que no entiende y las exigencias del cuerpo son dolorosas: hambre, sed, dolor… exigencias que no puede controlar, satisfacer, ni entender, de manera que asocia esas huellas somáticas con representaciones mentales y así surge el subconsciente. El subconsciente sirve para sobrevivir y con el tiempo nos da la posibilidad de crear algo inesperado y único no determinado por la experiencia.

Abriendo camino

Magistretti, que ha dado una conferencia en Euroscience Open Forum 2008, es un biólogo muy particular. Ha descubierto varios mecanismos celulares y moleculares que explican la relación entre la actividad neuronal y el consumo de energía por el cerebro. En el 2002 obtuvo la medalla Emil Kraepelin, del Instituto Max Planck. Pero su pasión es entender el inconsciente desde la ciencia, y para ello ha abierto una colaboración con el psicoanalista François Ansermet; juntos han publicado A cada cual su cerebro, Plasticidad neuronal e inconsciente (Katz). Así psicoanálisis y neurociencia, enfrentadas desde hace lustros, han abierto una vía de colaboración de consecuencias insospechadas.

Fuente: La Vanguardia

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Tom Heckel, consejero psíquico. «Empecé a gritar por la calle: ´¡Todos somos uno!´»

agosto 5, 2008 at 9:09 am (Entrevistas) (, , )

Tom Heckel, consejero psíquico
«Empecé a gritar por la calle: ´¡Todos somos uno!´»
Tengo 64 años. Nací en Washington y vivo en los Andes chilenos. Fui prófugo de la guerra de Vietnam, hui de mi país y me transformé en la India. Hoy soy consejero psíquico. Estoy separado y tengo una hija, Shanti (35). ¿La política? Telenovela. ¿Dios? Conciencia cósmica.

La gente le pregunta cosas.

Me preguntan acerca de ellos mismos, de sus anhelos, angustias, miedos, deseos…

Y usted ¿qué hace?

Escucho. En lo que me cuentan identifico la esencia de su conflicto… y percibo cómo podrían gestionarlo en su beneficio. Es un sentimiento que acto seguido formulo en palabras, en forma de consejo.

¿Y funciona?

Siempre les ayuda, sí. ¡Pero yo no hago más que leer la respuesta contenida en la pregunta que me traen! Todos llevamos encima el problema y su solución.

¿Sí? ¿Y cómo hace usted para verla?

Accedo a cierto estado de conciencia que conecta con la conciencia del que pregunta más allá de su raciocinio.

¿Eso es algo que hace usted a voluntad?

Sí, desde hace casi 40 años, pero cada vez con más facilidad y precisión, por práctica.

¿Cómo descubrió esa facultad?

En Katmandú, a fines de los años sesenta, espontáneamente experimenté una modificación de conciencia desde la que vi a las personas como esferas de luz interconectadas, y sentí que todos somos uno, y sentí un amor infinito por todo…

¿Tomó alguna sustancia psicoactiva?

¡No! Sucedió tras robar un paquete de incienso a un indio indigente. Verá, yo era cleptómano desde pequeñito, ¡robar me daba placer, era mi desafío…! Pero aquel día, no sé por qué, me di la vuelta y devolví lo robado a aquel pobre hombre. Y, súbitamente, algo cambió en mi estructura psíquica.

Compasión…

Sentí que por mi coronilla expulsaba una corriente oscura y que después entraba una luz dorada que bañaba cada célula de mi ser. ¡Qué amor, qué felicidad!

Un clásico arrobo místico.

Rebosante de gozo, empecé a gritar por la calle «¡Todos somos uno!», traspasado por una gran alegría y sensación de divinidad.

Uh, no sé qué diría un psiquiatra…

Ah, si eso me pasa en una calle de Nueva York, me encierran, me diagnostican esquizofrenia y me reencauzan con fármacos.

¿Y allí nadie le dijo nada?

No, porque por las calles de la India circulaban miles de locos, allí son parte de la normalidad. Mis amigos sí se inquietaron un poco. Pero entendieron que algo se había despertado en mí. Y empezaron a hacerme preguntas metafísicas. Y yo respondía desde un conocimiento al que me había conectado.

¿Era usted creyente?

No, no tenía ningún interés espiritual, sólo creía que la guerra de Vietnam era una salvajada en la que no quería participar. Y así lo había declarado, al ser llamado para alistarme, ante un oficial que montó en cólera mientras gritaba: «¡Si no estás dispuesto a luchar por tu país, no vivas aquí!». Y le hice caso: me largué de Estados Unidos.

¿Para irse a la India?

No, por aquel entonces ni se me ocurrió: fui a Europa, a buscarme la vida. Acabé desplazándome a Grecia, de allí a Turquía… donde conocí a un grupo de hippies que iban a la India, porque había buen rollo, montañas, buena hierba… Me uní a ellos, y así fui allí.

¿Y qué descubrió en la India?

Esa esquizofrenia creativa, esa exploración psíquica. Descubrí que conectaba con una conciencia no asociada a mi individualidad. ¡Me asombró que esa energía poderosísima me atravesara sin destruirme…! Aunque a punto estuvo de matarme.

¿Por qué?

Yo había lanzado al aire mi pasaporte y mi dinero, y peregrinaba por los caminos de la India. Vivía sólo de lo que me daban, tan abandonado a mis éxtasis que descuidaba mi cuerpo, mi salud física… y estuve al filo de la muerte varias veces.

¿Qué le salvó?

Unos santones hindúes me vieron y me llevaron con ellos a la selva. Durante un año me enseñaron a meditar, de tal modo que aprendí a conducir esos raptos místicos a voluntad, a entrar y salir de ellos. Sin ese aprendizaje yo hoy estaría muerto, seguro.

¿Qué hizo luego?

Vagué por la India, hasta irme a vivir durante meses a una cueva en la cordillera del Himalaya. Ahí, a punto de morir de inanición y frío, ya fuera del cuerpo físico, entendí que debía regresar para ofrecerme a los demás. Y eso hice.

Una historia exótica.

Integré mi locura y la hice útil. Y aquí estoy: todo fue bien cuando entendí que no debía sentir miedo ante lo que me pasaba, sino sólo gratitud. Es un consejo válido para ti, para todos: cada mañana, al despertarte, siente gratitud por estar vivo y por todo lo que tiene tu vida. ¡Al cabo del tiempo todo alrededor mejorará, ya lo verás!

¡Gracias! Tras 40 años de escuchar consultas, ¿qué ha aprendido de la gente?

Que mucha gente sensible está despertando a un umbral de transformación, a otra perspectiva… A la pura compasión, ¡la energía más fuerte del universo!

Si no hubiese dejado su país, ¿quién cree que sería usted hoy?

Estudié Económicas y Derecho, y hoy sería un profesional de éxito, con una gran casa, coches, lujos, bienestar… pero infeliz, seguro. Ahora soy pobre y soy feliz, porque me siento parte de un plan divino en el que desempeño mi porción con alegría y confianza.

¿Ha logrado usted la perfección?

¿Lograr? La perfección es la aceptación de lo existente.

Generación JFK

Pertenece a la generación que sintió que el mundo se oscurecía el día del asesinato de JFK, «que nos sumió en una gran desilusión y depresión». A su vuelta de la India se instaló en Canadá y a su alrededor se arremolinó un millar de seguidores que bebía de sus palabras. Un día les dijo: «Tenéis dependencia de mí. ¡Largaos!» Hoy vive en Chile, y por su casa desfila gente de todo el mundo para consultarle de todo. Él les ayuda a encontrar salida a sus nudos psíquicos. «Vienen muchos psiquiatras, psicólogos y médicos a hablar conmigo, y aprendemos todos», me cuenta. En Baba Om. Una odisea mística (La Llave) explica su vida y propone que recuperemos conciencia de lo sagrado de la vida.

Fuente: La vanguardia

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