«Reírnos de nosotros mismos debería ser casi obligatorio»

julio 22, 2009 at 7:17 pm (Entrevistas) ()

Carmen Iglesias, catedrática de Historia de las Ideas Políticas y Morales
¿Edad?…, no me gusta que se catalogue a las personas por algo de lo que no son responsables, lo importante es lo de dentro. Soy de Madrid. Académica de las reales academias Española y de la Historia. Estoy separada, sin hijos. Creo en la concordia, no en el buenismo. Agnóstica

Cuál es la mejor idea que ha tenido el ser humano?

El Estado de derecho y la igualdad de todos bajo la ley. Que prime el criterio del mérito personal sobre el del nacimiento es un gran invento, el invento del individuo.

¿Qué ideas le han abierto la mente?

Siempre recuerdo la impresión que me causó durante el bachillerato saber que el sistema solar y el propio Sol acabarían un día.

La finitud.

Y luego están los griegos, y una idea que está en todos, desde las tragedias hasta Platón y Aristóteles: el hombre es más fuerte que el destino. Estamos destinados a la mortalidad y aun así obramos como si fuéramos a vivir siempre, como si pudiéramos transmitir a los demás parte de nosotros mismos.

¿Y qué idea le ha abierto el corazón?

La empatía, tiendo a creer en la buena voluntad de los demás. Nietzsche definía la maldad de una manera que también me impresionó: «¿A quién llamamos malvado?», se preguntaba. «A quien procura siempre la vergüenza ajena», respondía. He procurado alejarme de ese tipo de personas.

¿Dónde ha visto mejor reflejada la empatía a lo largo de la historia?

De nuevo los griegos. Ya Homero en La Ilíada se pone en el lugar del vencido. Esa capacidad de distanciarse de uno mismo, de cierta autocrítica, no sólo es una actitud fundamental para relacionarse con los demás: lo es también en la ciencia, que no existiría si no fuéramos capaces de verlo todo con otra mirada distinta de lo que nos han enseñado, de los prejuicios.

¿Qué admira en los otros?

La inteligencia entendida como capacidad de comprensión unida a cierta bondad, la compasión en el sentido profundo del término, de ponerte en la piel del otro.

¿Lo practican los historiadores?

¿Por qué lo dice?

Porque se suele atribuir lo malo de hoy a errores pasados.

Confundimos la casualidad con la causalidad, y eso nos lleva a creer que lo sucedido era inevitable, y no lo era. La realidad y la historia es siempre abierta; es un consuelo.

A nivel personal, mucho…

Por supuesto, puedes construirte e intentar que tu vida sea en la medida de lo posible una obra de arte.

¿Sufrimos de pesimismo histórico?

Sí, en España solemos pensar que ocurrirá lo peor. Y si tiendes a pensar que todo va a salir mal, ocurre lo que en las ciencias sociales llaman «la profecía autocumplida».

¿Cuál de todos los tópicos españoles le llama más la atención?

Lo de las dos Españas, que se deriva de la falta de historia comparada con los demás países. Hay dos Españas, y tres y cinco, como hay seis Francias. Proyectar sobre el pasado los valores del presente, el presentismo, nos lleva a afirmar que este país no tiene arreglo. Hay quien piensa que la historia no es lineal, sino en ovillo o en espiral.

Pero no dejamos de repetirnos.

Cierto, pero al mismo tiempo hacemos saltos de vez en cuando. El duque de Mauri decía que ni en ovillo ni en espiral, en zigzag como los borrachos.

¿Qué nos enseña nuestra historia?

Qué España no es diferente, y que la historia no se puede contemplar en términos de pesimismo u optimismo, éxito o fracaso. Nunca hay ganancias absolutas, avanzamos por un lado, y eso crea una serie de problemas y retos.

¿El humano evoluciona o seguimos siendo el mismo mono peludo?

Creo que evoluciona moralmente, pero eso no quiere decir que se acabe con la barbarie. Ahí están los gulag, los Guantánamo y las miserias, pero por primera vez somos capaces de condenarlo, de tener conciencia del valor de la vida humana, pero es un criterio frágil que hay que ir manteniendo.

Para que no se repitan los totalitarismos denostamos las ideologías.

Se confunde idea e ideología. Los salvadores de patrias son siempre muy peligrosos porque creen que tienen la verdad. Mucha de la sentimentalidad religiosa que lleva a la gente a creer contra toda racionalidad se ha traspasado a veces a la política, que llega a sistemas totalitarios cuando intenta penetrar en el interior de las conciencias.

Papá Estado.

Las ideologías como visiones del mundo hay que desecharlas, pero no las convicciones y las ideas, aunque siempre hay que contrastarlas con los demás.

Con el poder hay que ser crítico.

Exacto, y no hay que temer al conflicto si se cuenta con las instituciones necesarias para resolverlo con cierto consenso. La paz de los cementerios, donde nadie disiente ni se levanta, es la paz de las dictaduras.

¿Qué ideas la han acompañado?

Suelo apuntar frases, la primera que recuerdo la dice un personaje de Truffaut: «Hay que fortalecerse, que no endurecerse, porque la vida es dura pero hermosa». Otra es de una novela policiaca: la chica le dice al detective: «¿Cómo siendo tan duro puedes ser tan tierno?». Y él responde: «Si no fuera duro, no habría sobrevivido; si no fuera tierno, no habría merecido la pena sobrevivir».

¿Qué ayuda a una civilización a superar sus problemas?

Saber reírnos de nosotros mismos en la vida personal y la colectiva debería ser casi obligatorio.

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Pertenece a una familia de clase media, hija única, a la que le transmitieron que lo que más valía en esta vida era lo que tú podías aprender, que eso es lo que te vertebra por dentro. «Amar el conocer, la curiosidad, te da un placer inmenso y es muy liberador en épocas difíciles». Y conversar con gente que invierte voluntad y pasión en saber es un regalo. Tuvieron suerte la infanta Cristina y el príncipe Felipe de cruzarse en sus estudios con esta historiadora que huye de los tópicos y nos devuelve una historia sembrada de matices. En No siempre lo peor es cierto (Galaxia Gutenberg) desmonta la visión negativa que la mayoría de sus colegas ha mantenido sobre nuestra historia.

Fuente: La vanguardia

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«La felicidad hay que currársela, no viene dada»

julio 9, 2009 at 3:52 pm (Entrevistas) ()

Javier Sádaba, catedrático de Ética
67 años. Nací en Vizcaya y vivo en Madrid. Doctor en Filosofía y Letras, licenciado en Teología y catedrático de Ética. Casado, un hijo y un nieto. La democracia no debería ser el mal menor, sino buena por ella misma. No creo en nada, pero pienso que nos rodea el misterio

Sigue preguntándose sobre el sentido de la vida?

Tenga sentido o no, es la pregunta fundamental. Hay que preguntarse seriamente si podemos sacarle jugo a esta vida.

En eso estamos todos.

Sí, pero lo que más nos importa se nos suele ir por las rendijas de la trivialidad: al margen de que uno sea futbolista o ajedrecista, nuestra felicidad depende de cómo posamos el pie en este mundo.

Aprendemos caminando.

Hay que tener muy despierta la inteligencia y la sensibilidad, porque hay cantidad de estímulos que nos vienen de fuera y que deberíamos aprovechar. Hay que estar como los indios: con la oreja siempre pegada al suelo. Y me parece decisivo tener carácter, es decir, querer estar bien, no dejarse llevar por los acontecimientos, ir directamente a las cosas con una voluntad fuerte.

Eso es tarea de una vida entera.

La vida buena, la felicidad, hay que currársela, no viene dada como un don del cielo. Y al final lo que uno hace es respirar bien: algo que está en potencia y uno lo pone en acto.

¿Con qué herramientas contamos?

Al final el objetivo es llegar a ser tú mismo, construirte, y para ello es necesario conocerse bien, saber lo que uno puede, cuáles son sus poderes, y desechar lo que no puede. Otra es saber estar bien con los demás.

Eso es muy difícil.

Habría que repetir una y mil veces aquella frase de Bergamín: «Sólo los solitarios son solidarios».

Hay que empezar por uno mismo.

Hay que saber de uno y, después, saber salir a los demás. Si uno es egoísta, aparte de que no hay nada más feo, se achica a sí mismo. Uno crece si crece con los otros. Desarrollar un altruismo inteligente es al final lo que merece la pena.

¿Qué impide la buena vida?

Aparte de uno mismo, en esta época sobreestimulada, ir deprisa por la vida y cierta patología sociopolítica que nos está hundiendo, que ha extendido el reino de la mentira, que valora muy poco a la gente por lo que ella pueda dar. Se trata de un paternalismo desilustrado.

Eso suena terrible.

En los países desarrollados hay un desequilibrio entre el desarrollo tecnocientífico y los sentimientos morales. Una inmensa disfunción entre lo que podríamos hacer y lo que hacemos.

Ponga el énfasis…

Lo pondría en la sensibilidad y los sentimientos, que son la llave para entrar en la vida buena, en nosotros y en los otros, y como guía la inteligencia, que es esclava de las pasiones pero siempre es un gran faro.

¿Y por qué estamos tan perdidos?

Deberíamos reflexionar más sobre aquello que está en nuestras manos hacer y crear unas relaciones mucho más auténticas. Hemos sido cómplices de unas instituciones que no han sabido hacerlo, y por eso estamos tan perdidos.

Igual lo que habría que hacer es eliminar unas cuantas.

El fracaso del avance democrático tiene mucho que ver con la alienación política de las instituciones, que en vez de ser los depositarios de la voluntad popular se han convertido en los que mandan e imponen sus intereses. Yo abogo por la abstención consciente.

… Pues le llamarán inconsciente.

La vida política se ha convertido en una noria de la cual no se sale: vienen unos, luego los otros, y todos son muy parecidos. La única forma de liberarse sería crear semilla en la sociedad, que cada uno viera que la vida política no va a cambiar desde la política, sino desde la acción cotidiana.

Usted dice que todos nacemos con un don, ¿está seguro?

Como decía Descartes, todos somos muy parecidos en inteligencia, pero después es una cuestión de disciplina, suerte y saber estar. La gente tiene capacidades ocultas que bien aprovechadas te pueden hacer la vida feliz.

¿Y para descubrir ese don?

Por una parte está el pensar, el ver como decía Wittgenstein, traspasar las cosas. A veces, callarse y esperar, y la gran mayoría de las veces, callarse y escuchar, fuera y dentro.

Yo, que me paso la vida escuchando, le diría que la acción es básica.

Sí, Wittgenstein decía que un concepto que no se aplica es vacío. Al final hay que comprometerse, hay que jugársela. Uno de los aspectos más deleznable de nuestros días es que no nos la jugamos, hay un miedo difuso que es paralizante. Todo el mundo teme salirse de la raya, ser considerado incorrecto, y las cosas cambian cuando uno actúa en consecuencia con lo que piensa.

¿Persigue la inocencia?

Persigo por lo menos la disposición a la inocencia: saber que las cosas pueden ser de otra manera. «Hay que vivir ingenuamente, y lo digo sin ingenuidad», decía Dostoyevski. De tonto no hay que ir, pero sí esperando siempre lo mejor de los otros, por lo menos como actitud de entrada.

¿El valor supremo?

Lo más artístico e interesante que hay en la vida es construir la propia bondad. El bueno inteligente es la más rara avis que existe, y ese me parece el valor supremo.

¿Y el humor?

Hay un nexo importante entre el humor y el amor, no sólo porque el humor es lo más erótico que existe, sino porque una persona con mucho humor es persona empática.

«La felicidad hay que currársela, no viene dada»
Fuera de la raya

«Vivir supone dolor y vivir con quien se quiere y como se quiere exige energía, mirar de frente al mundo (…) No juzguéis con dureza a los demás, sabed estar sin hacer mucho ruido, pero, eso sí, haciendo lo que os dé la gana. Es eso lo importante». Así habla la tía Sandalia en La vida buena (Península), un libro inteligente, entretenido y culto que reflexiona sobre algunas herramientas para conquistar nuestra felicidad: cultivar la voluntad, explorar los propios talentos, el humor, saber querer, estar despiertos y tener amigos de verdad. Sádaba, en crecimiento continuo, nos invita a bailar fuera de la raya: «El mundo cambiará cuando seamos más libres y tengamos menos miedo».

Fuente: La Vanguardia

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